Queremos compartir este excelente artículo: "Compartir no es colaborar" por Javier Martínez Aldanondo, Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Twitter: @javitomar
Cada vez que doy una conferencia sobre colaboración, proyecto este video para ilustrar el concepto. La mayoría del público no puede evitar emocionarse y a bastantes personas se les llenan los ojos de lágrimas. Colaborar consiste en “ayudar y pedir ayuda”, o lo que es lo mismo, ofrecer tu conocimiento a quien lo necesita y también atreverte a reconocer cuando no sabes algo y pedir apoyo a quienes saben más.
Y claro, si tú has llegado hasta donde estás es gracias a que otros, empezando por tu familia, y en distintos órdenes de la vida, te ayudaron desinteresadamente. Cada vez que un cliente nos plantea un desafío novedoso, lo primero que hacemos es acudir a la red Knoco y preguntar. Puedo estar seguro que en 24 horas, recibiré jugosas respuestas de distintos miembros ofreciendo su experiencia y compartiendo los documentos que tienen al respecto. La red funciona gracias al compromiso tácito (no existe obligación) asumido por todos: cuando alguien plantea una duda, quienes tienen conocimiento contribuyen poniéndolo a disposición del grupo. Como alguna vez escuché, “el problema no es fracasar, sino fallar en ayudar o en pedir ayuda”.
Un sábado 4 de julio, Chile ganó por primera vez en su historia la Copa América de futbol en una infartante final contra la Argentina de Messi. Las individualidades de Argentina aventajaban con claridad a las del equipo Chileno. ¿Cómo se explica que Chile fuese tan superior y ganase merecidamente el torneo? Porque sus jugadores mostraron mayor rigor para cumplir a rajatabla el plan trazado, se sacrificaron por alcanzar un objetivo anhelado durante décadas, pusieron el colectivo por encima de las individualidades y jugaron con una solidaridad admirable.
La gestión del conocimiento solo te importa cuando tu conocimiento personal no es suficiente para resolver los desafíos que enfrentas. Existen 2 palabras mágicas en gestión del conocimiento: Anticipar y Reutilizar. Anticipar significa que antes de empezar cualquier tarea, lo primero que debes hacer es buscar qué conocimiento existe en tu organización que te facilite resolverla, identificar a quien ya la solucionó previamente para averiguar cómo le fue. Es obvio que para que tú puedas beneficiarte de ese conocimiento y ahorrarte tiempo, evitarte repetir errores y aprovechar buenas prácticas, alguien se tomó la “molestia” de capturarlo, sistematizarlo, organizarlo y disponibilizarlo. Reutilizar significa que después de terminar dicha tarea, tu obligación es reflexionar sobre lo que aprendiste, específicamente sobre lo que repetirías porque te dio buen resultado y lo que harías distinto porque no te funcionó. Y ese conocimiento, una vez destilado, lo tienes que inyectar de nuevo al sistema para que otro lo pueda reutilizar cuando lo necesite. No es posible gestionar el conocimiento de una empresa sin la colaboración de sus integrantes. Colaborar es una actitud y como tal, depende de la voluntad, de querer cooperar simplemente por el hecho de que es lo correcto. Colaborar es un ejercicio de generosidad que requiere estar dispuesto a entregar conocimiento sin esperar nada a cambio. Siempre que hacemos el taller de la Isla de los Pájaros, todos los participantes sin excepción llegan a idéntica conclusión: la única manera de mejorar los resultados es colaborando con otros equipos en lugar de guardarse el conocimiento para sí mismos. Mi mujer es la productora ejecutiva del programa de televisión Y tú, qué harías? que muestra la disposición de los ciudadanos de a pie a colaborar con un semejante que atraviesa una situación incómoda. Por regla general, es la gente humilde, la que menos tiene, la más inclinada a colaborar con otros.
Sin embargo, aunque está de moda hablar de consumo colaborativo, de la economía del bien común y mientras aparecen modelos de negocio basados en la colaboración (Uber, Airbnb, etc), todavía seguimos presos de una sociedad orientada al beneficio propio. ¿Por qué la principal queja que se escucha en las organizaciones es la dificultad para comunicarse, coordinarse y colaborar con otras áreas? ¿Por qué el curso más demandado por las empresas es “trabajo en equipo”? ¿Por qué cuesta tanto compartir el conocimiento? La respuesta es sencilla: porque seguimos presos del paradigma del mundo físico. El sistema económico capitalista está organizado a partir del concepto de la propiedad privada. En este escenario, cada vez que compartes un bien material, necesariamente lo pierdes o al menos debes desprenderte de una parte. Si yo comparto contigo un sándwich, tengo que renunciar a la mitad del mismo. Si compartimos un automóvil, significa que cuando tú te lo llevas, yo no lo puedo usar. Y si te entrego mi reloj, simplemente pierdo la propiedad ya que ahora es tuyo. Es decir, compartir un bien físico implica estar dispuesto a cederlo y desembarazarte de él. La dramática situación de las oleadas de inmigrantes que tratan de llegar a Europa esconde en realidad, el miedo y la enorme resistencia del viejo continente a compartir sus bienes físicos, facilitar el acceso a su nivel de progreso y bienestar a otros colectivos humanos más desfavorecidos. Sin embargo, en el mundo de los intangibles, el paradigma imperante es justamente el opuesto. En la economía del conocimiento y la innovación, los bienes intangibles tienen una característica que los hace inigualables: se pueden compartir sin que su propietario pierda la posesión de los mismos. Si yo comparto mi conocimiento sobre cocina o sobre cómo escribir artículos, sigo manteniéndolo intacto mientras quienes lo adquieren incrementan su patrimonio intelectual. Si me preguntas qué hora es, el hecho de que yo te diga la hora no implica que yo la pierda sino que ahora ambos la disfrutamos. Y por si eso no fuera suficiente, los intangibles, de forma “milagrosa” se enriquecen cuando más se usan y no sufren deterioro alguno. Cada vez que compartimos conocimiento colectivamente, aprendemos e incrementamos nuestro stock de conocimiento personal. La conclusión es que estamos gestionando la sociedad digital con la antigua mentalidad del mundo físico, temiendo que si compartimos el conocimiento, lo vamos a perder.
No podemos sorprendernos de esta circunstancia porque nuestra civilización (empezando por el sistema educativo y siguiendo por el mundo laboral) se sustenta sobre la antítesis de la colaboración: la competencia. El colegio es una competición individual donde tu principal objetivo es sacar la mejor nota posible para estudiar la carrera que quieres, en la universidad que deseas y todo ello solo es posible si obtienes mejores notas que es resto. Por eso, ayudar a que otros aprendan, cooperar en el desarrollo de tus compañeros no solo no es una conducta que se fomenta ni se premia sino que juega en tu contra porque estarías ayudando a quienes compiten contigo por la misma recompensa. Las aulas están diseñadas para sabotear la colaboración: no puedes hablar con los demás, te sientas solo mirando al frente y te evalúan y califican por tus respuestas en exámenes individuales. Cuando llegamos al mundo laboral, el mecanismo no es muy diferente: nos contratan individualmente, nos pagan en función de nuestro desempeño particular y el desarrollo de nuestra carrera, la capacitación, promoción y desde luego el despido son procesos individuales. Toda organización es un entorno colaborativo y es factible medir su salud por la capacidad de colaborar de sus integrantes y también de sus clientes. Si en una empresa, cada persona o cada cliente hacen lo que les parece y siguen sus propios intereses, es imposible que nada funcione. Si los clientes del Metro deciden no bajarse en las estaciones o impedir el cierre de las puertas y los empleados optan por no cobrar los billetes, el sistema colapsa. Lamentablemente, la mayoría de empresas son más una suma de individuos competentes que un equipo alineado y comprometido. La frase que más escucho es: “trabajamos en silos, en com partimentos estanco, somos como islas…”.
¿Por qué nos empeñamos en llevar la contraria a nuestra naturaleza colaborativa? El ser humano es el animal con mayor capacidad de colaborar de todo el planeta y está demostrado que nace colaborativo. Nuestra civilización moderna solo se explica desde la colaboración entre nuestros antepasados. Parafraseando a Newton, siempre hemos estado subidos sobre los hombros de gigantes. El cuerpo humano es el resultado de la colaboración de millones de células. El lenguaje es la colaboración perfecta de las letras para formar palabras y de palabras para formar frases y textos. Gracias a la tecnología, la facilidad para colaborar se ha multiplicado exponencialmente pero como explica el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg “para progresar hay que conectar personas, no aparatos”. Se dice que el 70% del cerebro humano está configurado para lo social. No podemos vivir sin interactuar con nuestros semejantes. Si castigamos a una persona a vivir aislada, no tarda en enloquecer. Las personas colaboramos no solo por una necesidad biológica sino por un asunto de practicidad: colaborar con otros es la mejor manera de alcanzar tus metas, hacer las cosas de manera más eficiente y es la única forma de abordar los problemas complejos que amenazan a la humanidad y que son imposibles de enfrentar sin la colaboración entre distintos conocimientos y disciplinas. La mayor diferencia entre los países desarrollados y el resto no radica en la inteligencia de sus individuos sino en su capacidad de colaborar, de fijarse objetivos comunes y respetar ese acuerdo. Claro que los fines de la colaboración no son siempre nobles: en Chile se acaba de destapar una colusión entre los 2 principales productores duopólicos del mercado del papel higiénico para manipular precios y mantenerlos altos (igual que antes sucedió en la industria de la carne de pollo o de las farmacias). Colaborar es un valor que a menudo entra en conflicto con otro de los grandes motivadores de sistema capitalista: el ansia de poder, la avaricia y el deseo de acumular que acompaña a la raza humana desde su origen pero que se ha ido extremando en una sociedad cada vez más consumista.
Como la colaboración debe superar serios obstáculos, cada vez es más común encontrarse en las empresas con profesionales con el cargo de “responsable de gestión del conocimiento y trabajo colaborativo”. Ahora bien, es un grave error asumir que compartir es sinónimo de colaborar. Para colaborar hay que compartir pero para compartir, no es imprescindible colaborar. En la economía de los intangibles, compartir es la conducta mínima esperable de cualquier profesional. Compartir información es una tarea que exige el mínimo esfuerzo posible. Si quiero compartir un documento contigo, tan solo tengo que hacer un par de clicks y en pocos segundos el documento está a tu disposición sin que yo lo pierda. Por tanto, compartir no tiene riesgos para quien comparte y en realidad, no tiene ningún mérito. Colaborar es otra cosa. El diccionario define colaborar como “trabajar con otra persona en la realización de una obra”. La colaboración si exige una actitud dinámica para sumar nuestros conocimientos personales y construir algo distinto y mejor. En este caso, el esfuerzo es mucho mayor y el riesgo de no alcanzar el resultado deseado es real. Innovar solo es posible desde la colaboración entre personas diversas. Cuando colaboramos, te ofrezco mi conocimiento y me implico en la consecución de un objetivo. Mientras compartir es un proceso pasivo (te envío un documento), colaborar es proceso activo y creativo que demanda que aportemos tiempo, energía y sobre todo conocimiento. La colaboración mira hacia el futuro, hacia la construcción de algo que todavía no tenemos, para lo que se necesita:
1. Confianza entre los actores (“sé que no te vas a aprovechar de mí y vas a poner todo el conocimiento que tienes de tu parte para que tengamos éxito”). En Chile, existe un grave déficit de confianza entre sus ciudadanos como muestra este gráfico de la OCDE donde el país aparece destacado en último lugar. Si desconfío de mi vecino o de mi compañero de trabajo, colaborar no estará nunca entre las conductas prioritarias.
2. Justicia (“recibiré la recompensa y el reconocimiento que merezco y que está en relación directa con mi contribución, lo que me obliga a ser honesto y consciente de mis fortalezas y debilidades”).
La capacidad de colaborar es una cualidad esencial para cualquier ciudadano. Vales tanto como vale tu red de conocimiento y solo puedes generar una red potente cuando primero provees conocimiento a los demás, lo que te convierte en un actor valioso, confiable y solicitado. Dado que no puedes ser experto en todo, necesitas acceder a otros que saben lo que no tú sabes y viceversa. Si pides conocimiento pero nunca lo regalas, rápidamente quedarás excluido de la red. No colaborar ya no es una opción, los egoístas se van a extinguir.
¿Qué hacemos para favorecer la colaboración? ¿Cómo conseguimos que a las personas les merezca más la pena compartir lo que saben que guardárselo, ayudar y colaborar con otros que preocuparse por su propio desempeño? Este refrán lo explica a la perfección: “Dime cómo me vas a medir y te diré como me voy a comporta”. Tenemos por delante un arduo trabajo para demoler las reglas y los mecanismos por los que se rigen nuestras organizaciones decimonónicas.
“¿De qué sirve saber algo si usted no comparte lo que sabe?” (Ruben Blades). A tu empresa le resultas mucho más valioso cuando compartes lo que sabes y potencias a otros. No podemos seguir manejando los intangibles con la misma mentalidad primitiva que gobierna el mundo de los activos físicos. Si tenemos que insistir tanto en la bondad de colaborar, significa que todavía impera el beneficio personal como valor supremo. Ahora bien, pedir a los adultos que desaprendan sus hábitos “egoístas” y aprendan a colaborar no es sencillo. El “Yo” es todavía mucho más fuerte que el “Nosotros”. Por eso debemos empezar por el sistema educativo que incomprensiblemente sigue educando para competir. El colegio es una sádica competición para acceder a la universidad y la universidad es otra despiadada carrera para llegar a la empresa. Dado que eres el resultado de todos los que vivieron antes que tú ¿Qué vas a dejar para tus descendientes? ¿En qué estás dispuesto a colaborar? Nadie es tan tonto como para no tener nada que enseñar ni tan listo como para no tener nada que aprender.
Fuente: http://www.catenaria.cl/km/newsletter/newsletter_115.htm